Ante la ausencia de los cronistas habituales, me ha tocado a mi el “marrón”. Espero ser fiel a lo vivido, aunque siendo un negado para la legua vernácula, lo expresaré en castellano.

Nuestro amigo Santiago había preparado para hoy una bonita excursión, que parecía que se iba a estropear por la amenazante lluvia, pero que ha resultado muy agradable, tanto por la ausencia del sol que nos hubiera machacado, como por la insospechada y apreciable corriente que registraba el habitualmente seco cauce del río Palancia.

Ya llegando a Petrés en los coches, comenzaba a llover un chirimiri que nos obligó a llevar los chubasqueros en la primera parte de la excursión y a algunos les acobardó y se quedaron en el bar del pueblo. Hay que decir que contamos además con la agradable compañía de la esposa de Fernándo Martí, que iría con él haciendo de cierre de la expedición. También hay que mencionar a otros dos fieles acompañantes, Nana y Truco, los perros de Ángel y Ximo.

Comenzamos a andar al filo de las 8,45h, desde el polideportivo de Petrés y por agradable senda bajo los pinos y luego por pista, rodeamos la montaña de la Rodana, hasta desembocar en una pequeña urbanización ribereña con el río Palancia, que sorprendentemente llevaba una apreciable corriente. Allí mismo se cruza la séquia Major de Sagunt (que sirve tanto para el riego, como para mover varios molinos) por el pont de les Cabres, en una construcción que hace de repartidor de sus aguas.

Desde allí, transitamos por la ribera izquierda del río, aguas arriba, por el camino de la Frau, disfrutando del inusual espectáculo de ver correr el agua por su cauce. Ya cerca de Albalat dels Tarongers, salimos a la carretera que une esta población con Petrés, la cual cruzamos unos 500m antes del pueblo, para tomar el camino de la Muntanyeta, que rodea la lloma del Porró, entre una orquesta de ladridos de varios perros de la contornada, que defendían su territorio ante los que llevábamos en nuestra expedición. Por allí se dejaron sentir los efluvios de un vertedero cercano, que daban paso a la urbanización Racó de Muntanya, desviándonos a la derecha más de lo que debíamos, por el desmonte de una línea de alta tensión, siguiendo a Nana, pero como el recorrido era paralelo al que deberíamos de haber seguido, no retrocedimos y nos paramos a almorzar.

Tras la habitual compartición de viandas, picoteo, galletitas, cafés, etc., y el pago del preceptivo euro de quienes no se iban a quedar a comer, continuamos camino bajo la línea de alta, en un ascenso a barriga llena que alguno acusó, hasta lo alto del la lloma del Porró, pero peor fue el lamento en la pronunciada bajada hasta la pista que nos llevaba a enlazar con el recorrido del que Nana nos despistó y enseguida a la carretera asfaltada que une la carretera Albalat-Petrés, con el camino Viejo de Teruel, por el pla de la Ramona y la urbanización Molí de Tarifa, pero pronto nos desviamos a la izquierda, para ir ascendiendo a la muntanya de Ponera. La senda era agradable, en leve ascenso, rodeada de pinos y fácil de andar, sobre todo, porque el cielo permanecía nublado y no apretaba el calor como en los días pasados.

Este placentero paseo se acabó junto a una casa abandonada a medio construir, en un collado desde donde paramos a recrear la vista. Allí mismo comenzaba una cruel cuesta que nos llevó directamente a la cima de Ponera, donde más de uno llegó perdiendo el resuello. Estábamos a una altitud de unos 250m y se divisaba tanto la vertiente norte como la sur. Hacia este lado se alineaban las cimas de la Rodana (de Gilet), el Xocainet y el Pico de l’Àguila, una detrás de la otra; a su izquierda las peñas de Guaita y el Picaio y a su derecha el Garbí y la mola de Segart. La vista hacia el mar nos la partía en dos, la montaña de la Cruz de Hierro, donde culminaba nuestra excursión.

En leve descenso por la cresta de la muntanya de Ponera, llegamos a un depósito de agua y un poco más adelante, nos desviamos a la izquierda, evitando una gran acumulación de panales de abejas, y siempre hacia el este, llegamos, más o menos llaneando por la ladera sur, hasta la peculiar cruz de hierro que se asoma a la A-7 y al mar. Parece que está destartalada, pero no; es así: el pie hace un poco de “s” y tiene dos travesaños, el más bajo de los cuales está torcido, pareciendo que tiene el tornillo flojo, pero no, está soldado así adrede. Allí nos hicimos la foto de grupo.

Puestos en marcha de nuevo, tomamos camino por la ladera norte y nos topamos con una interminable trinchera de la guerra civil, que parece que defendía el camino Viejo de Teruel. La recorrimos en unos 400m y la abandonamos sin haberse terminado, para bajar a otro depósito de agua, donde tomamos una pista de regreso, que nos llevó de nuevo a las inmediaciones de los panales de abejas, pero esta vez, seguimos en pronunciada bajada hacia Petrés, del que apenas nos separaba 1 km.

A Petrés entramos junto a su moderno cementerio, que parece más bien un cortijo andaluz y de allí a la cercana ermita de Sant Doménec, a la que se llega desde el pueblo por un viacrucis construido en una ancha avenida peatonal.

Eran las 13h cuando estábamos a pie de coche cambiándonos y aseándonos para ir a comer, al restaurante El Reino, en Sant Esperit. La comida estaba encargada para las 14 h, pero a las 13,30h ya estábamos todos sentados y nuestra impetuosa amiga del Este, sirviéndonos con toda diligencia. Al final se anunció que el amigo Alfonso Soler había cumplido 3.000 km.

No eran las 15,30 h y ya estábamos cogiendo los coches para volver a casa. Ha sido una bonita excursión, en un lugar donde, al menos yo, no lo esperaba.

<Descarrega’t el track>